Os dejamos un estupendo artículo escrito por Julio y Carol, una familia Corazonista que lleva un año viviendo en la misión Corazonista de Lagunas, Perú. Sin duda, un regalo conocer su testimonio de primera mano. Qué lo disfruteis!
Las cosas vienen cuando vienen. Y así, aunque el sueño de ir a la misión que los laicos corazonistas (del colegio donde Julio estudió y trabaja) viene de antiguo, el momento fue el año pasado. Nuestro hijo ya tenía nueve meses, edad que a muchos les parecía impedimento para el viaje, pero allá fuimos. Lagunas es una pequeña ciudad en plena Amazonía, para llegar hasta allí hace falta algo más de dos días, el último tramo desde Yurimaguas, la ciudad “grande” más cercana se hace en barco: siete horas por un río que es afluente, de un afluente del Amazonas y aun así el más grande que hemos visto en nuestra vida. Desde allí uno empieza a ser consciente de su pequeñez, la selva impresiona con sus dimensiones colosales, con la profusión de árboles, de aves, de colores, la selva también se defiende con su calor agobiante, con sus mosquitos (allá zancudos) y con su humedad… y luego la gente de la selva recibe con sencillez, con cariño pero también con cierta extrañeza. El proyecto de la Fundación Corazonistas es un internado y apoyo a un colegio con el que se lleva trabajando desde 2009, la apuesta es hacerlo desde una vocación misionera, familiar y cristiana. La vida en Lagunas es sencilla, los ritmos lentos y la rutina tranquila; pero 60 adolescentes internos se encargan de que no haya dos días iguales.
Decíamos que Lagunas es una pequeña ciudad, a su alrededor (además de selva, mucha selva) hay multitud de comunidades (así se llama a las aldeas o caseríos) con poblaciones que varían de unas pocas familias a unos 200 habitantes. Allí los niños pueden estudiar Primaria, pero una vez acabada, sus opciones son pocas. De ahí nace el Hogar Intercultural Misional Goretti, un proyecto del Obispo de Yurimaguas que está en manos de los laicos corazonistas, un hogar que acoge a 60 adolescentes mientras estudian Secundaria en Lagunas. La rutina viene marcada por los ritmos escolares: desayuno-colegio-comida-apoyo-deporte-cena-estudio-cama… y en ella da tiempo a conocer a los chavales: sus historias, sus dificultades, sus logros… y a conocer también la cultura que nos acoge. A los alumnos les cuesta estudiar, les cuesta porque es difícil ver un futuro mejor, les cuesta porque nadie les ha pedido nunca que lo hagan, ni les ha enseñado, les cuesta porque están acostumbrados a llevar las riendas de su vida (sobre todo ellos) a dejar que los problemas pasen, a no esperar mucho. Es ese el quid de nuestra presencia. El Internado cuenta ya con trabajadores que hacen las labores de cuidado y acompañamiento, pero nosotros seguimos revalorizando el trabajo, apoyando el estudio, animando esperanzas y también apoyando con contenidos que son más difíciles.
Pero en este escenario hemos encontrado el mayor reto de la misión. Inmersos en una cultura que es radicalmente diferente a la nuestra, que valora aspectos distintos, que plantea retos distintos, nos vemos en la tesitura de tener que discernir qué realidades, qué actitudes son propias de esa cultura y merecen ser contempladas y acogidas y cuáles debemos trabajar por modificar y proporcionar mayor calidad de vida. Ese ha sido y continúa siendo nuestro mayor reto. “¿Y el niño?” estaréis pensando muchos “¿Qué pasa con esa criatura de nueve meses que os habéis llevado al corazón de la Amazonía?” El niño es el centro de una dinámica familiar que merece la pena ser vivida. Hemos encontrado un espacio que nos permite crecer como familia, disfrutar juntos, acompañar procesos que en Madrid, quizás, nos habríamos perdido. Julio tiene una edad de descubrir el mundo y ahora vive en un mundo alucinante para descubrir, se ha adaptado de maravilla al calor, a la comida, a los ritmos.
No cabe en estas páginas todo lo que estamos viviendo: las tripas revueltas al enfrentarse a la auténtica pobreza, el cariño con el que se mira a un adolescente que quiere ya ser mayor, la frustración cuando se niegan a estudiar, el agradecimiento con el que la gente recibe cualquier ayuda, la experiencia de fraternidad con sus más y con sus menos, la prueba a la que sometemos a nuestro joven matrimonio, la extrañeza con la que miramos realidades del día a día… no cabe Sólo nos queda agradecer esta experiencia al Padre y pedir que os acordéis en vuestro rato de oración de este lugar que apenas aparece en los mapas, que penséis en los cientos de niños que se enfrentan a un futuro incierto, que tengáis en vuestro corazón la pobreza de estas familias, que nos guardéis a nosotros tres un pequeño recuerdo. Nosotros seguiremos un año más con la misma ilusión, porque hemos descubierto que esto nos hace felices.
Carol y Julio https://serohacerenlagunas.wordpress.com/