CAMPO DE TRABAJO EN VALDECABALLEROS

Valdecaballeros_2014

Valdecaballeros_2014

Un verano más, un grupo de jóvenes Corazonistas y de La Salle, se fueron a Extremadura a vivir un campo de trabajo propuesto por la Fundación Corazonistas.

Aquí os dejamos la crónica escrita por Eduardo, un alumno de La Salle que se animó a vivir la experiencia. Muchas gracias a todos por hacer posible el campo de trabajo un año más.

¿Qué queremos hacer? ¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu proyecto de vida? Estas y muchas más preguntas se nos plantearon durante doce días en una experiencia social única: el Campo de Trabajo en Valdeka.

Y diréis… ¿»Valdeka»? Sí, un nombre original para el pueblo en el que nos alojábamos, Valdecaballeros, en Badajoz, Extremadura. Además, otros dos pueblos eran visitados por nosotros continuamente durante la experiencia: Castilblanco («Castil», para los amigos) y Helechosa de los Montes o, simplemente, Helechosa. Hemos contado el lugar, pero… ¿y nosotros mismos? Pues bien, éramos un grupo de casi treinta personas entre chicos y animadores, venidos tanto de Madrid como de Barcelona y Vitoria. Nosotros, los de La Salle, fuimos acogidos por ellos, los corazonistas que organizaban el campo de trabajo aunque, realmente, todos éramos la misma comunidad. Desde el primer día congeniamos a la perfección y la solidaridad, la cooperación y el compañerismo estuvieron muy presentes cada día.

Bueno, basta ya de presentaciones. Contemos un poco en qué consistían las jornadas. Ocho de la mañana, toca levantarse. Desayuno y oración. A las nueve y cuarto ya estábamos cogiendo los coches para irnos al pueblo que nos habían asignado. Durante toda la mañana, todos los días (excepto el domingo), los niños de los tres pueblos nos estaban esperando para comenzar los talleres. Un planeador, un robot desmontable, una bolsa de viaje o un colgador de llaveros eran parte de lo que los chicos hacían y luego se llevaban a sus casas con una sonrisa de oreja a oreja. Además, si sobraba algo de tiempo, teníamos preparados un montón de juegos de mesa para que estuvieran entretenidos en todo momento. Cuando se iban, nos quedábamos a recoger todo el «tinglao», nos volvíamos a montar a los coches y nos íbamos a Valdecaballeros a comer.

Comíamos una estupenda comida preparada por unos estupendos cocineros y, después de la sobremesa, descansábamos un poco (¡muy poquito!) hasta que teníamos la dinámica de la tarde. Durante un rato, nos juntábamos y tratábamos un tema cada día. «experiencia de la diferencia», «experiencia de vocación», «experiencia de fe» y muchos otros que hacían que pudiésemos reflexionar y madurar acerca de nosotros mismos. ¡No creáis que era nada fácil! Pero todos dedicábamos un rato a pensar, algo que no solemos hacer durante el curso por la cantidad de cosas que hay pendientes primero.

A las siete de la tarde nos volvían a asignar un grupo y nos íbamos, pero esta vez a dos actividades diferentes: visitas a ancianos o juegos con niños. Tocara lo que tocase, era muy gratificante. Si te tocaba visitar ancianos, te daban unas tarjetas para poderlos localizar y después llamabas a la puerta, te saludaban con una sonrisa, te invitaban a pasar y te quedabas un rato con ellos charlando tranquilamente. Raro era cuando no te ofrecían algo para comer o como regalo (desde café, galletas o melocotones hasta los calabacines y tomates de sus huertos). Aprendías muchísimo con ellos, qué mejor que escuchar de las voces de la experiencia sus batallitas y sus vivencias, tanto buenas como malas, y poder después hablarlo con ellos y que alegrarles un poco la tarde. Además, al final del Campo, todos fueron obsequiados con una taza con el símbolo corazonista dibujado en ella, un regalo que les hizo a todos gran ilusión. Si, en cambio, tenías que jugar con los niños, la historia cambiaba: gymkana, juegos deportivos, «juegos de siempre» o juegos de agua era con lo que tenías que hacer que los niños disfrutasen. Durante un par de horas, explicabas las pruebas y fomentabas que todos se lo pasasen como nunca. Es más, dependiendo del pueblo al que fueses, podían ser los mismo chicos que por la mañana y ya los conocías. Al final, nos cogieron mucho cariño y también nos hicieron algún que otro regalazo.

Cuando las dos actividades concluían, nos volvíamos a reunir ya definitivamente en el cole de Valdecaballeros para cenar y comenzar el final del día: la larga noche. Al principio, sobre las once de la noche, hacíamos la segunda parte de la dinámica: la puesta en común y las conclusiones. A veces, también nos ponían un película durante la cena para que la dinámica girara en torno a ella.

Después, la oración de la noche, ya a la una de la madrugada (¡como mínimo!), hacía que finalizásemos el día de la mejor manera posible y en presencia del Señor. Cuando parecía todo acabado… Había que seguir trabajando. Nos daban las instrucciones del taller del día siguiente para poder explicarlo nosotros después, hacíamos un modelo para que lo viesen los niños y preparábamos todo el material necesario para cargarlo en el coche. Al final, no había día que nos acostáramos antes de las tres.

Pero bueno, ¿qué es lo que puede con nosotros? Y así, durante toda la experiencia, a excepción del domingo 20, que fuimos a la iglesia de Castilblanco para la Eucaristía por la mañana, y por la tarde tuvimos bastante tiempo libre y fuimos nosotros mismos quienes jugamos a los juegos que luego enseñaríamos a los niños. El sábado siguiente (día 26) también fue diferente: era el último día antes de regresar, así que aprovechamos para ir a Guadalupe a pasar el día, donde también tuvimos dinámica, en medio de unos olivares, Eucaristía en la iglesia (una iglesia excepcional, también sea dicho) y cena.

Podríamos estar aquí contando todo lo que hicimos y vivimos mucho más detalladamente, pero no creo que fuese posible expresar lo que sentimos y experimentamos con palabras. Nos hemos llevado recuerdos, risas, momentos, ganas de haber continuado allí durante quince días más… Fueron días intensos y cargados de emociones. Todos los que allí estaban eran gente estupenda, dispuesta a abrirse y a conocer gente, y así fue. Al cuarto día, todos nos conocíamos entre todos y nos llevábamos genial. Y es que todos eran una mina de oro, un diamante en bruto, una caja de sorpresas inigualable y con las mismas ganas de hacer nuevos amigos que cualquiera de nosotros. Y qué decir de los animadores, siempre dispuestos a todos, siempre organizando y dirigiendo nuestras actividades. Si nosotros estábamos cansados, ellos el doble, pero también era doble su entrega y su satisfacción ante las actividades bien hechas. Nosotros, los lasalianos, nos quedamos con todos esos amigos, con los animadores, con los ancianos y niños y, sobre todo, con doce días y un montón se historias que contar, con una alegría irrepetible y un acercamiento a la realidad que, sin duda, ha hecho que podamos crecer como personas y que estemos dispuestos a amar al prójimo como a nosotros mismos… Quizás os suene quién dijo estas palabras.

Escrito por Eduardo Pomares